EL INSTANTE PRESENTE
"La Voz del Eduardismo"
Grabaré esto en una cápsula de audio
Al recordar que Oaxaca es la vida, se extraña Oaxaca, se desea el Mar. Es por esto que dejaré esta recomendación literaria para aquellos que les gusta leer de todo un poco.
Es el libro de MICHAEL BROWN: EL PROCESO DE LA PRESENCIA: “El Poder del Ahora y la Conciencia del Instante Presente“.
Yo lo leí en la bella Zipolite, a 400 pasos de la playa del amor y a unos cuantos kilómetros de Mazunte gracias a una amiga española, siendo vecinos mientras vivimos frente al Pacífico.
Obvio, de ida y también de vuelta me bajé al bosque de San José del Pacífico, me comí unos hongos, escuché a los árboles, sentí a la tierra y miré cómo yo respiraba en sincronía con las plantas... Toda una enseñanza sagrada que se recibe en ese bosque... Para los que quieran experimentar con psicodélicos de primera divinidad 👌🏻
Cápsula
MICHAEL BROWN
EL PROCESO DE LA
PRESENCIA
El Poder del Ahora y la Conciencia del Instante Presente
La conciencia del instante presente es un estado del ser, en contraposición a algo que hacemos; por tanto, es más fácil decir lo que no es que lo que es. Un buen indicador de que hemos entrado en la conciencia del instante presente es que nuestra experiencia vital, con independencia del aspecto que pueda tener en un momento dado, se embebe interiormente con los ecos de una profunda gratitud. Pero no es una gratitud que se fundamente en comparación alguna. No es una gratitud que nazca del hecho de que nuestra vida se está desarrollando exactamente como queremos que se desarrolle, ni porque todo nos resulte fácil. Es una gratitud que nace de la invitación a la vida, del viaje de la vida y del don de la vida en sí. Es una gratitud que no precisa de motivos. La gratitud es el único indicador del que podemos fiarnos para saber cuan presentes estamos en nuestra experiencia vital. Si no sentimos gratitud por el mero hecho de estar vivos, es porque nos hemos desviado, nos hemos apartado del instante presente y nos hemos sumergido en una ilusión mental denominada tiempo.
Pocos de nosotros somos capaces de estar presentes en nuestras experiencias vitales debido a que hemos nacido en una cultura que existe dentro del mundo del tiempo. Ésta es la maldición de lo que llamamos civilización. Hemos mostrado una insaciable sed de progreso, pero, en la mayoría de los casos, el progreso nos ha llevado a una estructuración tal de la vida que nos lleva a no estar presentes cuando la vida está teniendo lugar. Cuanto más se automatiza nuestra experiencia vital, menos nos implicamos en el arte de vivir.
En el mundo del tiempo es sumamente difícil ser agradecidos, porque nada parece tomar el curso que nosotros pensamos que debería tomar. El pasado alberga pesares, y el futuro alberga la promesa de que las cosas serán mejores, en tanto que el instante presente se nos antoja un evento que precisa de ajustes. De ahí que desperdiciemos los instantes pensando en lo que no nos fue bien en el pasado y planificando mentalmente los ajustes que tenemos que llevar a cabo para, con el tiempo, alcanzar el estado de paz y de realización que buscamos. Y, dado que estos ajustes están dirigiendo nuestra atención constantemente hacia algún «maravilloso mañana», nos olvidamos de darnos la ocasión de llegar a alguna coyuntura significativa hoy. Por otra parte, y debido a este enfoque, el mundo en el que vivimos ahora, y todo lo que hay en él, se convierte en un medio para alcanzar un fin. Y vivir así se nos antoja normal, porque no tenemos acceso a otra experiencia del mundo que sea cualitativamente diferente a la que tenemos en este preciso momento. No tenemos a mano otra experiencia con la cual comparar nuestra experiencia actual.
Viviendo de este modo, nos saltamos constantemente el instante presente. A pesar de que el pasado ya pasó y no se puede cambiar, y de que el futuro aún no ha llegado, seguimos optando por ocuparnos mentalmente de estos ilusorios lugares, en vez de entrar plenamente -y de experimentar- en el momento en el que siempre nos encontramos. Y a base de vivir en ese estado mental que nos permite reflejar y proyectar nuestra atención hasta esos ilusorios lugares, nos perdemos las verdaderas experiencias físicas y emocionales que nos suceden justo en este mismo instante. Nos olvidamos casi por completo del único momento que contiene la vibración y la plenitud de lo que es la vida. Creemos estar viviendo, pero no estamos viviendo; estamos existiendo. Pensamos que nos estamos moviendo, pero estamos girando en círculos. Lo terminamos mentalizando todo y, de este modo, sacrificamos la experiencia de estar físicamente presentes y emocionalmente equilibrados. Y así, nuestro estado mental, por avanzado que creamos que es, se ve sumido en la confusión.
Estamos tan acostumbrados a este estado de «no ser», que se nos antoja perfectamente natural. Aspiramos a que lo sea, pero no es natural porque no conoce el equilibrio ni la armonía. Y lo sabemos porque, en algún lugar, en medio de nuestros saltos de rana mentales, sentimos que nos estamos perdiendo algo. La falta de paz que sentimos en nuestro interior se refleja en el caos que experimentamos en nuestras experiencias vitales externas. Y esa falta de paz interior se refleja también en la forma en que huimos de cualquier experiencia de quietud o de silencio. El lema de nuestro tiempo es: «Que haya ruido; que haya movimiento».
No sabemos qué es lo que nos estamos perdiendo porque no podemos recordar lo que hemos perdido. Y no podemos recordarlo porque lo buscamos en las imágenes del pasado y en nuestras exploraciones del futuro. Nuestro insaciable y necesitado comportamiento es la prueba del vacío que nuestro actual enfoque de la vida es incapaz de llenar. Le estamos dando la vuelta a cada fragmento de este planeta en nuestra desesperada búsqueda de paz. Pero no hay nada que le pueda dar la paz a nuestro estado de ser porque hace mucho que olvidamos que la paz no es «algo que se hace». La paz no se puede forzar ni instalar mecánicamente. Nuestro estado de inquietud interior se manifiesta externamente en síntomas físicos, mentales y emocionales de incomodidad y de malestar. Por mucho que lo intentemos, por mucho que huyamos, por mucho que nos distraigamos con una incesante actividad, el verdadero alivio parece estar siempre fuera de nuestro alcance. Y del mismo modo que una persona a la que no se la deja dormir entra inevitablemente en una crisis física, mental y emocional, nuestra lejanía del oasis de la conciencia del instante presente nos lleva también rápidamente a una experiencia de desintegración social planetaria.
El trastorno mental de «vivir en el tiempo», de la implacable huida del ayer y de la persecución frenética del mañana sin descanso ni sosiego, es el problema que aborda y alivia el Proceso de la Presencia. Ayudándonos a comprender cómo hemos llegado a esta situación, el Proceso de la Presencia nos da simultáneamente el procedimiento metodológico y las herramientas perceptivas que nos van a permitir salir de esta ilusión. Nos arroja una cuerda de conciencia y nos permite agarrarnos a ella para salir del cenagal de nuestras distracciones con el pasado y el futuro, para volver al único terreno firme, seguro y sereno: el instante presente. El Proceso de la Presencia logra este cometido llevando nuestra conciencia a la auténtica Presencia que somos en realidad, y lo hace instándonos a desmantelar conscientemente la falsa apariencia que una vez construimos para protegernos de nuestros miedos, de nuestra ira y de nuestro dolor. Nos demuestra que la única manera de cambiar auténticamente nuestra experiencia del mundo pasa por liberarnos del virus perceptivo del tiempo, y que liberarse de esta enfermedad mental es el mayor acto de servicio que podemos realizar justo en este momento.
Nosotros no somos las experiencias que elaboramos para sentirnos seguros y aceptados en este mundo. Y, por muchas cosas que pueda prometer el futuro, el único instante que puede ser real para nosotros no tiene nada que ver con el ayer o con lo que sucederá mañana. Mientras sigamos reaccionando inconscientemente a los acontecimientos de nuestra vida, seguiremos sin ver lo que hay justo delante de nuestras narices; seguiremos sumidos en una pesadilla mental, estremeciéndonos ante los fantasmas del pasado y proyectando fantasmas hacia el futuro. Ésta no es forma de vivir. Eso no es vida. Lo que la vida es realmente, no acepta los límites del tiempo. Esa experiencia basada en el tiempo es un infierno perceptivo cuya puerta está atrancada con las barras de nuestros miedos, nuestra ira y nuestros pesares no resueltos. No nos lleva a ninguna parte nunca lo hizo y nunca lo hará. En el tiempo no sucede nada; lo único que pasa es que creemos que sucede algo.
Lo bueno de todo esto es que, aunque ésta pueda ser la única cualidad de la experiencia vital de la que somos conscientes actualmente, decididamente no es la única experiencia a la que podemos tener acceso. Existe otro paradigma que discurre en paralelo al mundo del tiempo. Lo llamamos el instante presente. Sabemos que existe porque todos lo buscamos, aun cuando no nos demos cuenta conscientemente de que es eso lo que anhelamos. Todos sabemos que existe porque los maestros zen y los maestros espirituales de todas las creencias, así como muchos seres humanos ordinarios de todas las áreas de la vida, han reentrado en él y están viviendo en él justo en este momento; porque, justo en este momento, existe en nuestro planeta una comunidad creciente de personas que están viviendo desde la conciencia del instante presente.
A la experiencia de la conciencia del instante presente podemos acceder estemos donde estemos. No tenemos que ir a ninguna parte ni «hacer» nada exteriormente para activarla. Sin embargo, no podemos entrar conscientemente en esa conciencia mientras nos aferremos inconscientemente al pasado y al futuro ilusorios.
Nuestro viaje por el Proceso de la Presencia activa automáticamente nuestra capacidad para hacer conscientemente la transición perceptiva desde el mundo basado en el tiempo en el que estamos ahora hasta el estado del ser que hemos estado buscando con nuestras interminables actividades, con nuestro incesante «hacer». Nos instruye para que entremos suavemente en el maravilloso sendero que lleva a una conciencia siempre creciente del instante presente. Nos ayuda a reenfocar la atención y la intención para que dirijamos conscientemente nuestra conciencia hacia el resplandor de la presencia interior. Nos invita a entrar conscientemente en el instante presente de nuestra vida y, de este modo, a que abracemos un estado del ser en el cual podamos abrirnos a la alegría, a la salud y a la abundancia inherentes a cada instante de la vida.
A cada instante se derrama sobre nosotros una vida gozosa, abundante y saludable. Cuando «vivimos en el tiempo», la vasija de nuestro ser se vuelve boca abajo. Y así, desperdiciamos nuestra experiencia vital intentando conseguí»; en lugar de recibir.
La conciencia del instante presente no es una idea o un concepto; es una experiencia. Es una manera de ser que no supone esfuerzo alguno, que es un derecho de nacimiento de cada ser humano de este planeta. Y el entrar en ella ahora es una consecuencia inevitable de nuestra acelerada evolución. Nos invita aquí y ahora a todos los que estemos dispuestos a recibir sus bendiciones. Nos llama a cada uno de nosotros con una voz queda que dice: «¡Detente! No hay lugar adonde ir ni nada que hacer, pero sí que hay todo que ser». Ésa es su invitación, ése es el viaje, y éste es el regalo que el Proceso de la Presencia hace posible.
Así pues, ¿qué es la conciencia del instante presente? Es un estado del ser en el cual integramos sin ningún esfuerzo la presencia divina con la que estamos, en cada instante en el que estamos que nos da Dios, para que podamos responder conscientemente a cada experiencia que tenemos. Y, cuando se consigue esto, nuestra respuesta es siempre la misma: gratitud; una corriente de gratitud que nos libera de todas nuestras ilusiones.
Entrar en tal estado puede parecer difícil y complicado cuando estamos viviendo en el tiempo y, sin embargo, no requiere ningún esfuerzo, y es completamente natural, porque la conciencia del instante presente es un derecho de nacimiento del ser humano. Es el reino de la conciencia a través de cuyos pórticos regresa el hijo pródigo. Lo más difícil de todo el proceso ha sido intentar encontrar lo que no sabíamos que habíamos perdido. Y lo mejor de todo es darse cuenta de que hemos estado buscando algo que, en realidad, ya nos había encontrado a nosotros.
MICHAEL BROWN
EL PROCESO DE LA PRESENCIA
Libro Completo
http://datelobueno.com/wp-content/uploads/2014/05/El-proceso-de-la-presencia.pdf